¿Comemos peor en invierno?

Harinas refinadas, grasas y azúcares. O, traducido a comida elaborada: facturas, chocolates, guisos y pastas con salsa. Es invierno y el cuerpo lo sabe. Abandona las verduras, y frutas frescas y proteínas magras y empieza a pedir comidas hipercalóricas, raciones bastante más abundantes y modos de cocción enemistados con la salud como las frituras.

“Necesito calentarme”, “el cuerpo me lo pide”, “hace frío y puedo permitírmelo” o el remanido “en invierno el gasto calórico es más grande” son algunas de las frases en las que se ampara el común de los mortales para justificar semejante banquete invernal. Pero ¿cuánto hay de mito y cuánto de realidad detrás de esta conducta alimenticia? ¿Es cierto que en los meses más fríos necesitamos calorías extra? ¿O, simplemente es una de las tantas ideas que subsisten de nuestros parientes prehistóricos que todavía nos resistimos a soltar?

“Todo forma parte de un mito. Lamentablemente, hay una creencia instalada de que se necesita comer mucho más para mantener la temperatura corporal. Pero no es verdad: con el estilo de vida actual y en ciudades como Buenos Aires, donde no hay temperaturas extremas en el afuera y con ambientes calefaccionados dentro, el cuerpo necesita el mismo aporte calórico en invierno que en verano. Es decir, la dieta no debería variar tanto entre una estación y otra”, afirma la médica nutricionista Georgina Alberro, directora de Grupo de Ayuda para la Buena Nutrición (GABA) y autora de varios libros.