San Lorenzo le ganó a Nacional y limpió su imagen en la Copa Sudamericana

Necesitaba creer en sus propias fortalezas después de llegar a esta instancia por la ventana reglamentaria. Requería un funcionamiento convincente luego de tantos padecimientos en el juego colectivo. Urgían respuestas desde el banco tras los cuestionamientos a ese ídolo que gritaba goles en la década del noventa pero genera montones de dudas vestido con saco, camisa y corbata. Todo eso precisaba San Lorenzo en esta noche de copas. Ganar y espantar el clima negativo, como dijo Claudio Biaggio. Lo consiguió ante Nacional de Montevideo, nada menos. Y dejó buenas sensaciones de cara a la revancha del 26 de septiembre del otro lado del Río de La Plata.

Cuenta San Lorenzo con un jugador decisivo. Nicolás Blandi es el optimista del gol azulgrana. Hace el trabajo sucio y tiene frialdad en el área. Su contundencia, esta vez, fue acompañada por pasajes de juego atildado. Y cuando Nacional acarició el empate y empezaban a fluir los fantasmas del partido ante Lanús, Marcos Senesi metió un pase largo y Brian Ocampo bajó a Gabriel Gudiño. El artillero no perdonó. Y el Ciclón liquidó el duelo ante el coloso uruguayo.

Había que animarse a gambetear. A terminar con las ataduras que proponía un sistema sin variantes. Y eso hizo Rubén Botta en el arranque. Se rebeló. Y encaró hacia adelante, sin temor a los duros marcadores uruguayos. Lo trabó Jorge Fucile y la pelota derivó en Elías Pereyra. El pibe cambió de frente con un centro espectacular que sobró a Alfonso Espino. Nicolás Reniero la mató con el pecho y mandó el centro atrás. El rebote en Rodrigo Erramuspe descolocó a Esteban Conde. Y San Lorenzo se puso en ventaja. Por la fortuna de esa carambola. Porque, de una vez por todas, ahuyentó sus inhibiciones.

Justo después de ese inicio cargado de dudas, aquel en el que Nacional tomó el protagonismo. El equipo uruguayo se hizo fuerte con la tenencia aunque no tuvo profundidad. Buscó por afuera con Sebastián Fernández y Tabaré Viudez, pero no logró penetrar en el área de Nicolás Navarro. Dos tiros de media distancia, uno de Papelito bien controlado por el arquero azulgrana y otro de Viudez, que se perdió por encima del travesaño, fueron los únicos sustos que pasó San Lorenzo. El gol en contra de Erramuspe lo liquidó.

Y resultó el impulso que San Lorenzo necesitaba. Porque a partir de ese momento, el equipo se liberó de presiones. Se recargó de confianza. A bordo de un 4-2-3-1, con Nicolás Blandi como referencia de área, Reniero detrás suyo, Botta a la derecha y Pablo Mouche a la izquierda, empujó a Nacional contra su arco. Hubo una virtud en este esquema de Biaggio. Ninguno tuvo posiciones fijas. Y Botta mostró que se siente más cómodo y tiene mayor influencia cuando se vuelca por el medio, en la ruta del viejo enganche. Lo dejó claro en el gol. También, cuando asistió a Reniero, que intentó definir por encima de la cabeza de Conde y encontró a Fucile salvador en la línea.

Nacional empezó a perder los duelos individuales en el centro de la cancha. Creció Gerónimo Poblete para cortar los avances charrúas y corregir las imperfecciones de sus compañeros, entre ellos Ariel Rojas, Marcos Senesi y Elías Pereyra. Y si fallaba el mendocino, ahí estaba Fabricio Coloccini para anticipar. San Lorenzo era superior. Y Blandi imprimió su sello goleador después de una guapeada de Víctor Salazar para cerrar el primer tiempo holgado y viajar con tranquilidad al descanso.

San Lorenzo tenía que cerrar el partido. Pero Conde le ahogó el grito a Salazar. Y Nacional se encontró con un penal. Se apuró el pibe Pereyra y lo bajó a Oliva. Bergessio cumplió con la ley del ex.

Y las tribunas empezaron a murmurar.

A puro centro intentaron los uruguayos. Nunca fueron claros. Y ya estaba Gudiño en reemplazo de Mouche, arrebatado con la pelota. Al cordobés le hicieron la falta. Blandi no falló.

San Lorenzo ganó en la cancha, como se le demandaba después de clasificarse gracias a los errores administrativos de Temuco. Creyó en sí mismo. Jugó bien, fundamentalmente. Y terminó con la mala onda, esa que desesperaba a Biaggio y a los habitantes del Nuevo Gasómetro.