A veces los genes o el medioambiente pueden convertirnos en “superhéroes”

Parece de ciencia ficción pero no: así como hay quienes sufren enfermedades hereditarias, otros, con más suerte, traen escritas en el ADN habilidades que les dan capacidades inusuales.

Visión submarina perfecta

La mayoría de nosotros vemos todo borroso si abrimos los ojos debajo del agua. Se debe a una cuestión física: la densidad del agua es similar a la del fluido ocular y la luz refractada no puede ingresar bien al ojo. Pero hay una excepción: los miembros del pueblo moken, que habita en el mar de Andamán, un sector del océano Índico entre Birmania y Tailandia. Se cree que esta mutación genética surgió debido a que los moken pasan mucho tiempo debajo del agua, recolectando alimentos del lecho marino y pescando con arpón en el fondo del mar. Una investigación publicada en 2003 en la revista Current Biology reveló que la mutación genética de loa moken provoca que sus ojos cambien de forma debajo del agua, lo que permite que la luz refracte de forma correcta al ingresar y hace posible que vean con claridad, incluso a más de 20 metros de profundidad.

Menos horas de sueño

Esta habilidad puede tenerse sin necesidad de pertenecer a alguna etnia en particular. Varios estudios demostraron que la mayoría de las personas necesita dormir entre siete y nueve horas. Sin embargo, en 2014 la Academia Estadounidense de Medicina del Sueño investigó un grupo de mellizos y descubrió que las personas con el gen DEC2 mutado tienen la capacidad de tener un sueño REM más intenso, lo que hace que su descanso sea más efectivo; así, con seis horas de sueño o menos se sienten completamente descansados y listos para encarar el día. De todas formas, los expertos aclaran que esta mutación afecta a menos del 1% de quienes reportan dormir poco. Así que no te ilusiones: si dormís poco y creés que estarás bien porque quizás tengas la mutación genética, lo más probable es en realidad que necesités más horas de descanso.

Huesos más fuertes

A medida que envejecemos, el esqueleto va perdiendo densidad y masa, porque lo que el cuerpo normalmente hace (absorber y reemplazar constantemente el tejido óseo) va dejando de funcionar: y el tejido óseo nuevo que se crea no llega a ser suficiente para reemplazar el que se eliminó. Todos sufrimos el desgaste de nuestros huesos por culpa de la osteoporosis… menos unos pocos: ellos tienen una mutación en un gen llamado SOST, responsable de controlar la proteína esclerostina, que regula el crecimiento de los huesos, y los suyos continúan acumulando densidad y masa con el paso del tiempo, dándoles el esqueleto de una persona mucho más joven. La mutación fue hallada en algunas personas de origen afrikáner (poblaciones de origen holandés que viven en Sudáfrica). Ahora los científicos buscan la manera de replicar esta mutación para permitir que otras personas puedan revertir el envejecimiento de sus esqueletos.

Adaptación a las alturas

Las comunidades andinas lo llaman “soroche” y quien lo haya padecido no lo olvidará con facilidad: es el malestar que se siente a grandes alturas por la falta de oxígeno, y suele incluir mareos, baja de presión, dolor de cabeza y trastornos respiratorios. Por eso a los viajeros se les aconseja moverse despacio, comer poco, y abundante “té de coca”. Pero incluso haciendo caso muchos caen “apunados”. Mientras tanto, los guías que te llevan al Camino del Inca o acompañan las excursiones a los cerros del Himalaya, cargados de valijas, lo hacen como si nada… Es que el mal de altura no afecta las poblaciones que viven en la montaña. Estudios realizados tanto entre los pobladores de los Andes como entre los tibetanos del Himalaya mostraron que cuentan con ventajas genéticas que les han permitido adaptarse a su ambiente: tienen el torso más grande y mayor capacidad pulmonar, lo que les permite incorporar más oxígeno con cada inspiración. Y mientras la mayoría de las personas produce más glóbulos rojos cuando su cuerpo recibe poco oxígeno, ellos producen menos. Estas características se mantienen incluso cuando estas poblaciones se mudan a lugares más bajos, ya que forman parte de sus genes.

Tolerancia al frío

El rango normal de temperatura de los humanos se ubica entre 36.5° y 37.5°; por eso estamos mejor preparados para lidiar con el calor. Pero los inuits, que habitan en el Ártico, o los nenet, del norte de Rusia, poseen una variante genética única, heredada del hombre de Denisova (definido en 2010 como nueva especie de seres humanos). Ese gen facilita la producción de calor por oxidación de un tipo de grasa, y les permite vivir en entornos muy gélidos.