En su mensaje por la solemnidad de Pentecostés, el Padre Tadeo comenzó con una memoria personal: su ordenación sacerdotal en 1987, también un día de Pentecostés, en Polonia. «Éramos 25 jóvenes dispuestos a entregar nuestras vidas a Cristo y al servicio de la Iglesia», recordó con emoción. Aquella jornada, marcada por la imposición de manos y la invocación al Espíritu Santo, dejó una huella indeleble en su vida.
A 38 años de aquel acontecimiento, el Padre Tadeo se pregunta, con la claridad del apóstol Pablo: “¿Hemos recibido al Espíritu Santo? ¿Contamos con Él en nuestra vida cotidiana?” Para el sacerdote, la respuesta no es evidente: «Tengo mis serias dudas», confiesa, observando que si realmente viviéramos animados por el Espíritu, muchas realidades sociales, familiares y nacionales serían distintas.
El Espíritu Santo, dice, actúa en todas las realidades aunque muchas veces sea más notoria su ausencia que su presencia. Cita a San Pablo en su carta a los Gálatas para discernir los frutos del Espíritu frente a las obras de la carne: “Caridad, alegría, paz, paciencia, bondad, dominio de sí” frente a “odios, resentimientos, violencia, ambiciones”.
Lamenta que la Iglesia muchas veces se haya convertido solo en un lugar de culto, olvidando su misión profética y su compromiso con la transformación del mundo. «Nos callamos ante los atropellos y escándalos, cuando deberíamos actuar. Algo nos paraliza», advierte.
Finalmente, invita a vivir Pentecostés no como una fecha litúrgica más, sino como una oportunidad de renovación profunda. «Sin el Espíritu Santo el Evangelio es letra muerta, la misión pura propaganda, y el culto, un mero recuerdo.» Concluye su mensaje con una bendición, deseando que el soplo del Espíritu transforme tanto a la Iglesia como a la sociedad.
Escucha la palabra del Padre Tadeo:
