Una abuela cumplió 106 años: come de todo, no toma remedios y sigue la actualidad

Luisa Giannatasio se fortalece con el cariño familiar. Es testigo de las transformaciones en la Ciudad, el país y el mundo

Contemporánea de todos los mundiales de fútbol, los mandatos de 36 presidentes argentinos e infinidad de avances tecnológicos -incluso nació el mismo año y mes que Alan Turing, uno de los inventores de la computación-, Luisa Giannattasio fue testigo de más de un siglo de transformaciones, y va por más. Durante el fin de semana que pasó, la vecina tolosana festejó los 106 años que la convierten en una de las habitantes más longevas de nuestra ciudad.

La celebración tuvo escala íntima, pero contó con la intensidad de los grandes afectos y las gratitudes eternas; hubo torta, saludos personales, mensajes y llamados de hijos, bisnietos y tataranietos a la casa de la zona de 3 y 520 en la que Luisa vive junto a su hija Elsa.

Nacida en nuestra ciudad el 9 de junio de 1912, ella y sus siete hermanos tuvieron como paisaje de la infancia y adolescencia el tramo de la avenida 60 que une el Bosque y la plaza Rocha, y como banda de sonido el tintineo de los tranvías que unían Berisso y La Plata.

Conocedora de las exigencias de la vida laboral desde muy joven, hija de un padre extremadamente riguroso que solamente le permitió salir cuando pudo solventarlo por sí sola, trabajó en una fábrica de cajas de fósforos que existía en 4 y 35, y luego ingresó en la dirección de Suministros policial, donde confeccionó uniformes para la fuerza a lo largo de una década y media.

Casada con el maquinista ferroviario José María Fernández el 16 de julio de 1929 -día de la Virgen del Carmen, según recuerda-, fue un ama de casa de la época en que la ropa se lavaba a mano; sencilla, práctica, trabajadora y “una madre con mayúsculas”, como la describen desde siempre los suyos.

TRABAJADORA E INDEPENDIENTE

Tuvo tres hijos -José, Luis y Elsa-, que se prolongaron en cuatro nietos, y luego llegaron los bisnietos y tataranietos. Cuando José, a quien recuerda como “un morocho hermoso”, murió con apenas 64 años, se puso nuevamente el overol y trabajó por horas para contribuir con las necesidades hogareñas. “Siempre me gané la vida”, resume con satisfacción.

Hoy en día, casi no toma medicamentos, y más allá de algunos achaques motrices y auditivos se maneja de manera independiente. Le gusta la buena conversación, tomar mate, comer de todo y rico, y estar al tanto de la actualidad televisión mediante.

A la hora de revelar cuál es el secreto para alcanzar tan inusual longevidad, no duda en afirmar que el trabajo y ser “casera” son dos claves. La otra, por supuesto, es la familia.