En el marco de la Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, patronos de Roma y columnas de la Iglesia, el Papa León XIV ofreció un profundo llamado a la unidad cristiana durante el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro. Ante miles de fieles y peregrinos, el Pontífice subrayó que la verdadera grandeza de los santos —y de la Iglesia misma— nace del perdón, y que la unidad entre los cristianos solo puede construirse sobre los pilares de la confianza recíproca y la conversión del corazón.
“La unidad de la Iglesia y entre las Iglesias se nutre del perdón y de la confianza mutua, que comienza en nuestras familias y comunidades”, afirmó el Papa, quien recordó que si Cristo confía en nosotros, también nosotros podemos aprender a confiar los unos en los otros.
Durante su homilía, León XIV recordó que tanto Pedro como Pablo no fueron hombres sin errores, sino que sus propias debilidades, contradicciones y pecados fueron modelados por la gracia de Dios y transformados a través del perdón. “El Nuevo Testamento no esconde sus defectos. Su grandeza no es natural, sino que fue forjada por la misericordia”, señaló con énfasis.
En el contexto del Jubileo, el Papa animó a renovar la vocación cristiana con esperanza, y también destacó a los creyentes que, al igual que en los tiempos apostólicos, hoy dan la vida por su fe. “Hay un ecumenismo de la sangre: una unidad profunda entre los cristianos que sufren persecución, aunque todavía no vivamos una comunión plena y visible”, dijo, evocando la comunión que nace en el dolor compartido.
León XIV reafirmó que su servicio episcopal está al servicio de esa unidad. “La Iglesia de Roma, fundada sobre la sangre de Pedro y Pablo, está llamada a servir en el amor a la comunión entre todas las Iglesias”, expresó, en una de las frases más resonantes de la mañana.
También hizo referencia a las “piedras desechadas” que Dios convierte en piedra angular, aludiendo tanto a Jesús como a quienes, en apariencia excluidos, son fundamentales en la construcción del Reino. En ese sentido, destacó cómo los márgenes —tanto físicos como humanos— han sido protagonistas silenciosos de la historia de la Iglesia: “Las piedras de extramuros construyen San Pedro y San Pablo”.
El Pontífice finalizó invocando la protección de los apóstoles y de la Virgen María, y pidió que la Iglesia sea “casa y escuela de comunión” en un mundo herido. Su mensaje dejó una enseñanza clara: la conversión no es un acto único, sino un camino constante, y solo el perdón permite edificar una Iglesia verdaderamente unida.
