Este lunes, tras la muerte del papa Francisco a los 88 años, la Iglesia Católica se prepara para llevar adelante un ritual fúnebre diferente al que marcaba la tradición papal. El cambio no es casual: fue el propio Francisco quien reformuló el protocolo con el objetivo de imprimirle mayor sencillez y profundidad espiritual.
Entre las principales modificaciones se destaca que la confirmación de la muerte ya no se realizará en la habitación del pontífice, sino en una capilla privada. Además, el cuerpo será colocado directamente dentro del ataúd, eliminando el paso intermedio y evitando la exposición sobre un féretro alto, como solía hacerse.
La norma también suprime el uso de los tres tradicionales ataúdes —ciprés, plomo y roble—, optando por un único féretro de madera con interior de zinc. Durante la exposición para la veneración de los fieles, el cuerpo estará ya dentro del ataúd abierto, y no sobre una plataforma visible, como era habitual.
El funeral se llevará a cabo en tres escenarios: la residencia papal, la Basílica de San Pedro y el lugar de sepultura. En este último caso, Francisco ya había manifestado su deseo de ser enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor, una de las cuatro más importantes de Roma.
Además, según la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis de San Juan Pablo II, los funerales deberán extenderse por nueve días consecutivos —conocidos como novendiales—, y el entierro se concretará entre el cuarto y sexto día desde la muerte, salvo causas especiales.
El arzobispo Diego Ravelli, maestro de las celebraciones litúrgicas, explicó que “el papa Francisco pidió, como él mismo ha afirmado en varias ocasiones, simplificar y adaptar algunos ritos para que la celebración de las exequias del Obispo de Roma exprese mejor la fe de la Iglesia en Cristo Resucitado”.
El protocolo también impone restricciones al tratamiento mediático del fallecimiento: no se podrán captar imágenes ni registrar grabaciones del pontífice en su lecho de muerte ni luego del deceso, como estipula el capítulo V del documento oficial.
Con esta renovación litúrgica, el papa Francisco deja una huella aún después de su partida: un funeral en clave de humildad, esperanza y fidelidad a los principios evangélicos que marcaron su pontificado.





