El conmovedor testimonio de los padres de un soldado identificado de Malvinas: “Hijo, tu habitación está intacta, no sabés cuánto te extrañamos”

Arrodillada frente a la tumba de su hijo, besa la cruz blanca y le habla. “No sabés todo lo que pasó en estos 35 años, no sabés cuánto te extrañamos.

Tu abuela y madrina te siguió al poco tiempo que te fuiste, se ve que no quería estar sin vos. ¿Sabés una cosa, Dani? Tu cuarto está intacto, tu pelota de fútbol, tus posters…pero me han sacado cosas de tu ropa, porque todos querían llevarse algo para tenerte cerca”.

Dalal Abd de Massad, madre de Marcelo Daniel, caído en Monte Longdon el 11 de junio de 1982, llora y dice que el corazón se le escapa del pecho. Es la primera vez en 36 años que puede orar frente a la tumba de su hijo, junto a la placa de granito negro que lleva grabado el nombre con el que lo bautizó.

Daniel ya no es un Soldado Argentino solo conocido por Dios, hoy es uno de los 90 caídos identificados en Darwin.

El lunes 26 de marzo, los Massad por primera vez pueden besar la tumba con el nombre de su hijo en Darwin. Durante 36 años Marcelo Daniel había sido un Soldado argentino solo conocido por Dios

Ahora sé dónde está mi hijo, ahora puedo hablar con él, y eso me trae una paz espiritual que nunca tuve”, conmueve en este soleado lunes 26 de marzo en las islas Malvinas.

Said “Coco” Massad también está de rodillas. Entre lágrimas le habla a su único hijo varón, a quién él llama por su primer nombre: Marcelo. “Ahora sé que vos me escuchás, aunque no podés responderme, estás aquí. Te pido por tu mamá y por las chicas, Yamilé y Karina, te pido por el país para que ya no tenga dificultades, te pido por la humanidad”.

El padre recorre con sus dedos  las piedras blancas frente a la cruz. “Hoy tengo la certeza de que él está ahí y quiero acariciarlo de la cabeza a los pies. Me lo imagino bien, lindo, entero. Está tan cerca, a solo un metro debajo nuestro, que puedo sentirlo, me parece que puedo tocarlo“, emociona mientras sus manos se cubren de polvo y revuelven la tierra que rodea la placa que dice “Marcelo Daniel Massad”.

Coco y Dalal se acuestan sobre la tumba de su hijo. “Dani, Dani, ahora estamos con vos”. Y antes de partir acomodan las flores blancas de tela y los rosarios fluorescentes, esos que les entregaron para que brillen en la oscuridad de las islas.

Las fotos de familia: Marcelo Daniel a los dos años, tocando el bombo, con sus amigos de colegio, en unas vacaciones, en la fiesta de 15 de su hermana y del brazo de una compañera en la fiesta de graduación del bachiller (Foto: Nicolás Stulberg)

Les cuesta -como a los 214 familiares que viajaron para honrar a los caídos identificados- dejar el cementerio. “Pero él no se queda solo, está con todos sus compañeros que murieron por la Patria”, dice con orgullo su padre.

“Cuando lleguemos a casa vamos a buscarte en tu habitación, en cada cosa que dejaste. Vos siempre estás con nosotros”, le dice su madre.

Y al llegar a su casa en Banfield, cumple la promesa. Sube al cuarto de Daniel y reza. Sabe que su hijo la escucha.

La batalla en Longdon y el rosario con sangre

Es la noche del 11 de junio de 1982, el cielo está iluminado por las bengalas, y el 3er Batallón del Regimiento de Paracaidistas (3 PARA), bajo las órdenes del teniente coronel Hew Pike, avanza sobre Monte Longdon.

Marcelo Daniel Massad, junto a sus compañeros de la Compañía B del Regimiento de Infantería Mecanizada 7 Coronel Conde, está entre las rocas. Acaricia los dos rosarios que lleva en su cuello: el oscuro que le entregó el Ejército, y el ámbar que su madre le dio cuando lo vio partir hacia el Sur. Reza. Y prepara su FAL para el combate.

“Marcelo”, como lo llamaba su padre, o “Dani”, como lo llamaba su madre, integraba la Compañía B del Regimiento de Infantería Mecanizada 7 Coronel Conde de La Plata

En la ladera del monte ha comenzado una de las batallas más sangrientas y claves de la guerra. Para los británicos tomar la posesión del Longdon significa abrir el camino hacia Puerto Argentino. Los disparos de FAL, las granadas, las ráfagas de ametralladoras MAG y los 6 cañones de la Artillería Real británica convierten a esos desolados parajes en un infierno en la tierra.

Los argentinos pelean hasta que ya no tienen fuerzas. Hay combates cuerpo a cuerpo, con bayonetas. Hay gritos, hay muerte, hay coraje.

Una nueva bengala le pone la luz a la oscuridad de una noche helada. Los ingleses vienen subiendo por la ladera.

“¡Vamos, vamos!”, grita el sargento del RI7 y ordena el repliegue.

Massad duda. “¿Qué te pasa?”, le pregunta su compañero Jorge Suárez, su amigo de la infancia en Banfield y a quien el destino lo ha puesto en la misma trinchera.

“¿Ves esos que están ahí abajo? -se asoma y señala a un pequeño grupo de soldados-. Esos no oyeron la orden. Bajo a avisarles”, dice Daniel y corre en un acto reflejo.

“¡Vamos muchachos, hay que replegarse!”, eleva su voz sobre los estruendos de los proyectiles que pegan demasiado cerca.

Monte Longdon, islas Mlavinas. En la noche del 11 de junio se produjo una de las batallas más cruentas de la guerra

Los soldados corren, trepan entre las rocas, abandonan su posición. Daniel deja pasar al último y comienza a subir el monte. Pero no puede avanzar más que unos metros: una ráfaga de ametralladora cruza su pecho.

“Yo lo vi caer, y después de la batalla lo enterré con mis propias manos. Le quite el crucifijo que llevaba para entregárselo a sus padres. Ese rosario estaba impregnado con su sangre”, revela Suárez entre lágrimas cuando regresa al continente.

El sargento que comandaba al grupo toma del bolsillo del soldado caído un papel. Piensa que es una carta, pero es una poesía. Nadie nunca supo si la escribió Daniel ni tampoco por qué la guardó como un tesoro en su uniforme.

El conmovedor texto dice así:

Escucha, Dios / Yo nunca hablé contigo,/ Hoy quiero saludarte: ¿Cómo estás?.
¿Tú sabes? Me decían que no existes,/ y yo, tonto, creí que era verdad..
Anoche ví tu cielo. Me encontraba /oculto en un hoyo de granada….
¡Quién iría a creer que para verte/ bastara con tenderse uno de espaldas!
No sé si aún querrás darme la mano; /al menos, creo que me entiendes.
Es raro que no te haya encontrado antes, /sino en un infierno como éste.
Pues bien… Yo todo lo he dicho./Aunque la ofensiva nos espera para muy pronto, Dios no tengo miedo/ desde que descubrí que estabas cerca
La señal! Bien Dios, ya debo irme /Olvidaba decirte… que te quiero
El choque será horrible… en esta noche. /¡Quién sabe! tal vez llame a tu cielo
Comprendo que no he sido amigo tuyo /Pero ¿me esperarás si hasta Tí llego?
¡Cómo! ¡Mira Dios: estoy llorando! /Tarde te descubrí ¡Cuanto lo siento!
Dispensa, debo irme ¡Buena Suerte!
(Qué raro: sin temor voy a la muerte...)

Los terribles días de la guerra

El viernes 2 de abril de 1982 amaneció soleado. La familia Massad estaba tomando mate en la cocina cuando, sorprendida, escuchó el primer comunicado de la Junta Militar: “La República por intermedio de sus Fuerzas Armadas, mediante la concreción exitosa de una operación conjunta ha recuperado la soberanía sobre las Islas Malvinas, Sándwich y Georgias del Sur y sus espacios marítimos y aéreos”.

La Plaza de Mayo repleta vitorea al General Galtieri el 10 de  Abril de 1982 (AP)

La noticia trajo alegría a la casa. ¡Se habían recuperado las Malvinas! Said comenzó a saltar y a gritar: “¡Traigan la bandera Argentina y la bandera papal”. Daniel se paró frente al televisor y solo dijo: “150 años”. Dalal no pudo pensar en nada, “pero jamás imaginé que se venía la guerra”.

Nueve días más tarde, el domingo de Pascua encontró a Daniel en el cuartel. Había ido a buscar su documento pero no le dieron la baja. Y toda la familia lo visitó con mate y rosca: sus padres, la abuela, y sus hermanas Yamilé, de 15 años, y Karina, de 12.

“Pasamos la tarde conversando sentados en un banquito. Fue la última vez que toda la familia estuvo junta”, recuerdan los Massad.

Veinticuatro horas después, una llamada los alertó: “Traigan abrigo y chocolates”, les pidió su hijo desde el Regimiento. Presurosos, buscaron camperas en su local de blanquería, tapicería y uniformes y compraron chocolates en el kiosco de la estación, muy cerca de su casa.

Daniel Massad con sus compañeros del Regimiento 7

“Me mandan al sur”, alcanzó a decirles Daniel en la puerta del RI7. Lustraba su fusil y estaba contento. “Yo estaba preocupada, pero disimulé, no le dije nada”, revela Dalal.

Y cuenta que cuando vio la fila de camiones que se llevaban a los soldados corrió desesperada y quiso colgarse de uno de los vehículos.“¡Dani, Dani, Dani!”, gritó y alcanzó a ponerle el rosario en el cuello mientras un oficial le desprendía las manos del camión que ya arrancaba.

Said fue quien escuchó la voz de Daniel por última vez, cuando llamó desde Río Gallegos: “Estoy bien, no se preocupen, embarcamos hacia las Malvinas”.

La primera carta llegó el 22 de abril. Daniel les decía que Puerto Argentino parecía Inglaterra, que las casas eran bajas como se ve en las películas, y pedía que le “manden una cámara de fotos y muchos rollos porque quiero guardar muchos recuerdos”.

Cada semana recibieron una nueva carta, cuatro en total. “Quiero volver y abrazarlos a todos y no soltarlos más. Estando aquí estoy empezando a comprender lo que es una familia. Recién ahora me estoy dando cuenta, estando a tantos kilómetros. No les voy a mentir, cuando me puse a leer sus cartas me puse a llorar como un tonto“, escribió Daniel.

En la última les dijo que estaba rezando en las trincheras y pidió: “Vayan al club Banfield y pidan que me guarden mi lugar de arquero: lo voy a defender como defiendo la Patria”.

En junio, ya no hubo noticias. Habían comenzado las batallas más feroces de la guerra.

“Desde el hundimiento del crucero General Belgrano yo empecé a no dormir. Le rogaba a la Virgen que protegiera a los chicos. Me refugié en la Fe. Todos los días, a las dos de la tarde, la casa se llenaba de gente que venía a acompañarme para rezar el rosario”, confiesa entre lágrimas Dalal.

-¿Nunca sintió que Dios no la había escuchado?, pregunta Infobae.

-Nunca, Dios es el médico que cura todas las heridas. La Fe me ayudó a vivir sin mi hijo todos estos años. A cuidar que mis hijas puedan tener una vida feliz, a seguir adelante sin Dani, aunque él está presente en cada minuto de mi vida.

El 11 de junio de 1982, Dalal quiso unirse a la multitud que asistiría a la misa que Juan Pablo II iba a celebrar en Buenos Aires. Pasó la noche rezando en la Catedral, en una vigilia de oración. Su marido y su hija mayor eligieron ir a comprar el auto que le habían prometido a Daniel antes de su partida. Felices lo estacionaron en la puerta de su casa: “¡La sorpresa que se va a llevar cuando lo vea!”.

Ninguno de ellos podía imaginar que esa noche Daniel moriría combatiendo en las islas.

“De alguna manera siento que con mi oración lo acompañé en sus últimas horas”, se consuela su madre. “Y yo pude comprarle ese día el regalo que él tanto deseaba”, suma su padre.

“Dios es el médico que cura todas las heridas”, confían los Massad quienes se refugiaron en su enorme Fe luego de la muerte de su hijo  (Foto: Nicolás Stulberg)

-¿Cómo y cuándo supieron que Daniel había muerto?

-Los soldados habían llegado al continente. Yo fui hasta Campo de Mayo y me colgué las rejas gritando su nombre: “¡Marcelo Marcelo!”. Pero nadie respondía -cuenta Said-. Los chicos llegaban con caras tristes y las cabezas gachas, flacos, sucios. A las ocho de la noche corrí hasta el portón principal y un superior me dijo: “No se preocupe Massad, están todos bien. Su hijo está regresando en el Canberra”.

-Pero no fue así…

-No, al día siguiente, como no había noticias, nos subimos al auto para ir juntos hasta Campo de Mayo. Tenía el motor en marcha cuando llegó corriendo una nena, hija de un vecino de apellido Suárez. “Mi papá quiere que vaya”, dijo. Y yo presentí algo muy malo y salí corriendo hacia su casa.

Dalal y Said con el coronel Geoffrey Cardozo, quien enterró a su hijo en Darwin después de la guerra

Cuando Said llegó al umbral de su vecino, el hombre, un militar, le dijo sin anestesia: “Lamentablemente su hijo cayó en combate”.

Y le explicó que Daniel había peleado al lado de su hijo Jorge, ahora internado en el Hospital Militar. Y que el chico le había contado la verdad. “Lo vio morir y lo enterró”, finalizó Suárez.

“Yo pensé que no podía ser, y empecé a decir ‘vamos a recorrer el país, Dani está bien, vamos a buscarlo, Dani va a volver’. Guardaba la esperanza de que el chico Suárez estuviera mal, traumado, confundido”, aporta Yamilé al dramático relato de sus padres.

Al día siguiente, Massad fue al Regimiento en busca de una respuesta. Allí el Mayor Carrizo, que había estado en Longdon, mandó a llamar al sargento que había peleado junto a Daniel. “Su hijo cayó en Malvinas”, le confirmó. Y dio los detalles del final: “Él fue a avisarle a unos compañeros en avanzada para que retrocedieran, había orden de repliegue, llegó la ráfaga de ametralladoras…”

“Ahí supe que tenía que resignarme a vivir sin él, que ya no había esperanzas. Antes regresar a Banfield pasé por lo de un cardiólogo amigo, porque Dalal durante toda la guerra había estado con palpitaciones y taquicardia. También busqué al padre Agustín. Y me fui para casa a avisarle a mi familia que Marcelo ya no volvería”, recuerda Coco emocionado.

Dalal, Karina, Said y Yamilé: la familia de Daniel al regreso de Malvinas, el lunes 26 de marzo. (Foto: Nicolás Stulberg)

Cuando se abrió la puerta, Dalal no necesitó que le dijeran nada. Su marido estaba pálido y detrás pudo ver al sacerdote. El religiosa caminó unos pasos y abrazándola quiso explicarle lo que nadie quería oír:

“Hija querida…”, alcanzó a decir el padre Agustín.

Dalal lo interrumpió: “Padre ya abracé mi cruz”. Y llorando le dijo:“¿Por qué a mí no?”.

“No le pregunté ‘¿Por qué a mí?’. Con dolor acepté la voluntad de Dios”, rememora ahora la mamá de Daniel entre lágrimas.

Juntos recuerdan lo difícil que fue decirle a las hermanas que Daniel había quedado en Malvinas. Karina recién llegaba del colegio cuando su padre la sentó en la falda y quiso explicarle. “¡No digan que murió, no digan que murió”, se negó la niña de doce años a escuchar la trágica verdad.

“La afectó mucho, la alejó de Dios, sintió bronca”, recuerda su madre.

La foto, ya amarillenta, del viaje de egresados de Daniel a Bariloche (Nicolás Stulberg)

Y revela el dolor infinito que ella padeció tras la muerte de su hijo, con una confesión que estremece: “Creí que había aceptado que Dani ya no volvería, pero al día siguiente tocaron el timbre, fui a abrir la puerta… y de pronto corrí hacia la mitad de la calle para tirarme debajo de un auto. Alguien gritó “¡No!” y me agarró de un brazo. Yo no quería vivir más. Lo único que esperaba era que llegara el momento de ir a rezar. Pero después me di cuenta que no podía arruinarle la vida a mis hijas, que teníamos que salir, que tenía que hacer todo por ellas. Y Dios nos ayudó y tuvimos una vida muy feliz como familia“.

“Tiempo después me entregaron el rosario que yo le había dado antes de que se fuera a las islas. Tiene la sangre seca de Daniel. Para todos nosotros es un objeto sagrado. Esta sangre seca es lo único que regresó de mi hijo”.

La habitación del hijo

La cama de una plaza contra la pared. El poster del Mundial 74. Una lámina con una pelota entrando a la red que sus padres le trajeron de Miami porque era “un gran arquero en la cuarta de Banfield”. Las raquetas Wilson de madera con las que jugaba al tenis. Y en la biblioteca, los libros que leyó en el colegio Lincoln durante la primaria y en el San Andrés donde se recibió de bachiller. “Recuerdos de Provincia”, “El retrato de Dorian Grey”, “Relato de un Náufrago”…

La puerta de la habitación permanece siempre abierta. Para los Massad es un casi un santuario, un lugar donde orar y sentirse más cerca de su amado hijo (Foto: Nicolás Stulberg)

Sobre un mueble, el pequeño aparato de tevé amarillo que compraron en el Chuy y desde donde, tirada en la cama, Dalal siguió entre lágrimas el programa “24 horas por Malvinas” que condujeron Pinky y Cacho Fontana en 1982.

También está, ya amarillenta y deslucida, la foto del viaje de egresados a Bariloche. Y en el segundo cajón  de la biblioteca, las cartas de su novia Niki y de algunas chicas que le declararon su amor adolescente.

El pequeño aparato de tevé que sus padres le compraron cuando viajaron al Chuy. En él, Dalal vio el programa “24 horas por Malvinas, conducido por Pinky y Cacho Fontana en 1982, donde se juntó dinero, víveres y abrigo para los soldados que peleaban en las islas (Foto: Nicolás Stulberg)

Todo está igual en la habitación de Daniel, en el primer piso de la casa de los Massad en Banfield. El tiempo allí está detenido en 1982, cuando su hijo se fue a la guerra.

“Si saco este cuarto es como sacar a Dani de mi corazón”, revela Dalal. Y con amor cuenta que hace unos años renovaron el empapelado, le colgaron un poster de Banfield y cambiaron el acolchado.

Los posters de Dani: el del Mundial 74 y el que sus padres le trajeron de Miami “porque era una excelente arquero en la cuarta de Banfield”. También un nuevo plantel del club de sus amores y recuerdos de Malvinas (Foto: Nicolás Stulberg)

La puerta de la habitación permanece siempre abierta: “Voy a rezarle allí. Y le hablo. Le digo: ‘Dani, te extraño mucho. A veces no sé cómo voy a seguir adelante, ayudame'”.

Dalal asegura que ahí, entre sus cosas, lo siente cerca. Pero le cuesta leer las cartas que tiene guardadas como tesoros: las que él envió desde Malvinas y las que guardaba de sus amores de la infancia. “Me emociono mucho, no puedo hacerlo”, confiesa.

Said también reza en el cuarto de su hijo. Cada noche antes de irse a dormir, de rodillas al borde de la cama, eleva una pequeña plegaria que él mismo hizo: “Marcelo, hermano de Cristo, hijo de Dios, cuidá de tus hermanas y de tu mamá”, ora en voz alta. “No le pido nunca por mí”, aclara conmovido.

“Para Coco ese es su santuario”, revela su esposa.

El jeep militar de Marcelo Daniel (Foto: Nicolás Stulberg)

Conmovida, cuenta que en todos estos años sólo tuvo dos sueños con Daniel: claros, bellos, únicos.

“En el primero estaba durmiendo y alguien me despertaba, abría los ojos y era él. ‘Qué lindo Dani verte’, le decía. ‘Estoy bien, mami, estoy con el Sagrado Corazón de Jesús, pero necesito que te cuides vos’, me decía. Estaba lindo, en su pulóver rojo que tanto le gustaba…“.

“El otro sueño que tuve también fue muy claro: Dani entraba a la casa de mi mamá y nosotros estábamos todos sentados a la mesa. Él llegaba y depositaba su pulóver rojo allí, en el medio de la mesa. ‘Ya vengo’, nos decía. ‘Vení, quedate un rato más Dani’, le pedíamos. Pero él se iba: ‘Ahora estoy apurado’. Y dejaba su suéter como diciéndonos ‘acá estoy, siempre voy a estar con ustedes’“.

El pulóver rojo de su hijo: Dalal así lo soñó, con su prenda preferida, lindo y sonriente. Said hoy lo usa “para sentirlo cerca, él está acá”

-¿Qué pasó con ese pulóver colorado?,  quiere saber Infobae.

-Ahora lo uso yo, dice Coco Massad.

Y se levanta, sube al primer piso y regresa con el suéter preferido de su hijo entre sus manos: “Dani está acá”, dice emocionado.

La placa en el cementerio de Darwin

La primera vez que fueron a Malvinas fue el 18 de marzo de 1991. Llegaron al cementerio de Darwin y no encontraron la tumba de su hijo. Nadie les había dicho que él no tenía una cruz con su nombre, que su cuerpo no había sido identificado.

“Pensamos que había quedado en Longodon”, cuentan. Durante muchos años se conformaron con no tener una tumba donde dejar una flor o una oración:“Elegimos una cruz cualquiera para tener donde rezarlo”.

Said acarició las piedras: “Ahora sé que él está en este lugar y siento que puedo tocarlo”. Dalal rezó y besó la cruz: “Hijo, te extrañamos tanto”

Cuando llegó el proceso de identificación, al principio se opusieron. “Creíamos que no quedaba nada de los cuerpos, que había pasado demasiado tiempo, que querían traerlos al continente. Algunas personas que estaban cerca de la Comisión de Familiares nos decían cosas que no eran verdad y nos llenaron de miedos. Pero después supimos de Julio Aro (el veterano que impulsó esta causa), de Geoffrey Cardozo (el coronel británico que hizo el cementerio y cuyo trabajo fue fundamental en la identificación), de vos (periodista de Infobae, que trabajé con Aro desde 2010 en el proyecto humanitario), del profesionalismo del Equipo de Antropología Forense... Claudio Avruj, secretario de Derechos Humanos, nos fue contando todo y ahí perdimos el miedo y dijimos que sí“.

“En diciembre nos informaron que Dani había sido identificado, que su cuerpo estaba en Darwin. Nos abrazamos y lloramos de alegría. Yo siempre había creído que era lo mismo, que no era necesario tener su cruz identificada. ¡Cuánto me equivoqué! Hoy siento paz”, confiesa Dalal.

El lunes 26 de marzo, cuando volvieron a del cementerio de Darwin, después de orar frente a  la tumba de su hijo, después de abrazar y besar su cruz, llegaron  a su casa de Banfield con una sensación que no habían tenido en años, una sensación que les llenaba el alma.

La madre de Daniel, la explica así:

“Ese día entré a casa, subí a su cuarto, me senté en su cama, y le dije: ‘Hijo hoy estuvimos con vos, fue algo muy importante y muy emocionante. En manos de Dios y de la Virgen estuvo la respuesta para que te encontráramos. Dani, hoy sentimos la misma felicidad que se siente cuando te dan la noticia de un nacimiento. La casa está diferente, ¿sabés? Algo cambió. Hoy, querido hijo, volvimos a nacer con vos‘”.