Homosexualidad y discapacidad: la realidad invisible que implica aceptar las diferencias

Las personas con algún tipo de limitación física o mental tienen derecho de gozar de su sexualidad y de expresar su orientación sexual.

Por Victoria Navicelli – Especial para Estilo

Las personas con discapacidad han sido segregadas de muchos espacios. Si bien en Argentina existen legislaciones que plantean un cupo de 4% en el mercado laboral estatal, ¿qué pasa en los demás sectores? Un informe realizado por el Indec (2018), mostró que la situación laboral de aquellos que sufren alguna discapacidad es altamente vulnerable. Solo el 32, 2% de esa población logra acceder a un trabajo. Este informe también reveló que en el país hay 3.572.983 personas con alguna limitación física o intelectual. Si partimos de esta base, podemos sintetizar que en alrededor del 28% de los hogares argentinos vive alguien con esta condición. Pero, si hacemos un paso adelante -por sobre el mercado laboral- y pensamos en otras realidades de las personas con discapacidad, nos damos cuenta de que este aislamiento lo viven de manera sistemática en otros ámbitos sociales: la educación, la vivienda, el acceso a establecimientos, el transporte, el ocio… Vamos más allá: hablemos de sus relaciones afectivas. Y, un poco más, de su orientación sexual, de su decisión de ser quienes quieran. Ser homosexual y discapacitado se transforma, entonces, en una doble barrera. Si bien el colectivo LGTB ha visto reconocidos muchos de sus derechos civiles -como la aprobación del matrimonio igualitario y la ley de identidad de género-, ¿qué se dice de la homosexualidad en la discapacidad? 

“Aquella persona que tiene una discapacidad lucha por no ser excluido de una sociedad que se dice ‘inclusiva’, sin entender del todo este término”, comienza a analizar Laura Giménez, psicóloga. El contexto actual parece no vincular homosexualidad con discapacidad y las razones pueden ser varias: se los aísla; otros hablan por ellos; se los consideras asexuados; se los trata como seres ‘puros y angelicales’, alejados de toda práctica sexual. Un “doble armario” que ubica a este sector social en estado completo de vulnerabilidad. Para la profesional “la homosexualidad en la discapacidad es un tema que poco se discute. En las familias donde un integrante vive con alguna limitación, no se habla de sexualidad y esto es grave, porque parece un tema invisible. Que vuelve invisibles también las necesidades y derechos de todas las personas de, no solo reconocer su sexualidad, sino también gozar de ella”. Por otro lado el psicólogo, especializado en sexualidad, Claudio Pilot sostiene que “las personas con discapacidad son personas y como tales, tienen identidad de género, orientación sexual y deseo sexual; es decir, son sexuadas. Todos compartimos estas características, más allá de que haya presencia de alguna discapacidad o no. De acuerdo al tipo de discapacidad, será la forma de expresión”.

A nivel general, la familia no influye ni modifica nuestras identidades de género ni orientaciones sexuales. Estas son únicas, particulares y subjetivas: “Cada persona las siente, vivencia y experimenta. En lo que sí puede influir la familia es en la posibilidad de expresión de las mismas. Si, por ejemplo, estamos ante una familia estrictamente religiosa y conservadora, la sexualidad en general será un tabú, más allá de que haya una discapacidad o no”, dice Pilot. Está comprobado que la falta de apoyo en estos temas tiene resultados graves: altos índices de depresión, pensamientos suicidas, abuso de sustancias, conductas sexuales de riesgo, rechazo familiar, abandono, aislamiento, entre más. “Para qué llegar a vivir situaciones terribles si lo único que debemos hacer como padres y familia, es atender las necesidades de nuestros hijos (heterosexuales, homosexuales, con o sin discapacidad)”, agrega Giménez.

Si bien el colectivo homosexual encuentra múltiples escenarios donde estar contenido; los y las homosexuales con discapacidad ven reducidos estos espacios, a veces porque se los considera carentes de deseos sexuales, otras porque se ignora el derecho que por ser sujetos les corresponde. El problema más grave son las consecuencias: “Mientras más se les niegue información sobre educación sexual, las personas homosexuales con discapacidad pueden estar propensas a situaciones de gran vulnerabilidad: desconocimiento de enfermedades de transmisión sexual, violencia institucional, servicios de salud incorrectos”, añade Giménez. 

En muchos casos es tan grande la dependencia física y emocional que expresar lo que realmente sienten es un gran desafío: “no tienen con quién hablar, más que con sus padres. Y en algunos casos sienten que hablar de su homosexualidad los hará perder esa contención -o cuidado, mejor dicho-”, añade Giménez.

“Te carcome la idea de defraudar a tus padres y amigos”, comparte Georgina, una joven de 26 años lesbiana y con parálisis cerebral. “No contamos con espacios para expresar nuestras orientaciones, nos cuesta mucho más encontrar a alguien que nos quiera  y acepte nuestra discapacidad, pero no somos asexuados ni angelicales. También tenemos deseos relacionados con la vida afectiva, solo que somos homosexuales”, agrega.

Esta realidad muestra que las personas con discapacidad no solo tienen identidad o deseos sexuales, sino que necesitan espacios donde poder expresar lo que sienten y ser contenidos con la seriedad que corresponde.

Por otro lado, Sabrina (34) sufre problemas de audición en ambos oídos desde muy chica. Aún así declaró su lesbianismo en la adolescencia. Desde hace más de 6 años comparte su vida con Joana, con quien tiene un hijo de 2 años. “La gente hace suposiciones sobre la discapacidad. No entienden -o no pueden entender- que no somos infantiles, que somos adultas y tenemos deseos y necesidades y que nuestro derecho es vivir nuestras vidas. La familia muchas veces nos condiciona y la sociedad termina de profundizar esa crisis”, afirma la joven.

Es importante que los seres cercanos se informen, pregunten, consulten. Es vital romper mitos, prejuicios y tabúes. “Después de esto, hay que escuchar y permitir la expresión, sin criticar ni juzgar. Esto es básico para todas las personas en general, más allá de la presencia o no de discapacidad”, añade Pilot. Se tiende a sobreproteger a la persona con discapacidad y esto dificulta que puedan conocer y experimentar en torno a su sexualidad: “No hay que centrarse en lo que no pueden hacer, sino todo lo contrario, enfocarse en aquello que sí pueden; fomentando siempre la autonomía y la independencia. No hay que tener miedo. Debe quedar en claro: las personas con discapacidad tienen sexualidad”, enfatiza el profesional.

¿Qué podemos hacer para evidenciar esta situación?

La respuesta es muy sencilla: educación sexual integral. La implementación de la ESI es muy importante porque “propone grandes aportes para visibilizar la sexualidad de las personas con discapacidad. El hecho de que sea integral y con perspectiva de género hace que se visibilicen todas las sexualidades, ya que hay tantas como personas en el mundo”, analiza el psicólogo y especialista en sexualidad.

Además, permitiría romper tabúes y falsas creencias: “se asocia a la sexualidad con el sexo genital, pero es mucho más amplia que eso: incluye las identidades, orientaciones sexuales, roles de género y expresiones culturales, la intimidad, el placer, el erotismo”, sostiene.

Con respecto a la discriminación, ayudaría muchísimo para disminuirla: “Imaginemos por ejemplo a una persona con discapacidad que es homosexual, actualmente en la sociedad mendocina sufriría una doble discriminación: por la discapacidad por un lado y por la homosexualidad por otro. Hay que terminar con la discriminación, la violencia y la agresión”, agrega.

Debemos dejar explícito que las personas con discapacidad tienen derecho a aprender y conocer sobre sexualidad. La ESI contribuye a la disminución del bullying en las instituciones educativas, porque aporta conocimientos sobre la diversidad sexual.