La conmovedora historia de la radióloga que adoptó un bebé prematuro abandonado

Cuando Juanchi se tranquilizó sobre el pecho de Andrea, la conexión entre ambos trascendió la sala de la terapia intensiva del Hospital Santojanni. Él tenía apenas 15 días, era un bebé prematuro que sufría algunos paros respiratorios, pero lograba sobrevivir. Su madre biológica se había ido al día siguiente de parirlo. Cuando Juanchi peleaba por su vida, Andrea, técnica radióloga del hospital, lo atendió y algo en ella le dijo que ese bebé no sería un paciente más.

“Entré a hacerle la placa y se movía mucho. Le pusimos las manitos adentro de la ropa y logramos estabilizarlo. Cuando supe su historia, quise alzarlo un ratito. Entonces se quedó dormido sobre mi pecho y me compró”, dijo Andrea Ferrari Zapatero, de 37 años, quien en ese entonces no planeaba ser madre.

Juanchi hoy tiene cuatro años, goza de salud y de un amor inesperado. “Estaba soltera, vivía en Villa Luro y había estudiado radiología para aplicarlo a la veterinaria. Por una cosa o por otra, había terminado trabajando en el hospital”, relató la mujer en una entrevista con La Nación.

“Era un bebé que no tenía a nadie. Las enfermeras hacían mucho por él, pero había un montón de internados”, recordó.

Después de tres meses de pelearla en terapia intensiva, Juanchi pasó a terapia intermedia, y desde entonces Andrea pudo tener más contacto con él. “Le pasaba la leche con jeringa y lo cambiaba. Además, lloró conmigo por primera vez. Todo un hito. Tenía cuatro meses de vida y no había llorado nunca”, contó.

Después de seis meses de estar internado, a Juanchi le dieron el alta en el Santojanni y, como su caso estaba judicializado, se fue a un hogar en Avellaneda. Andrea insistió hasta averiguar dónde estaba y para verlo se anotó como Referente Afectivo en el programa Abrazar del Gobierno de la Ciudad. Lo visitaba tres veces por semana.

Tras dos meses en el hospital, apareció una pareja de posibles adoptantes para Juanchi. “Todos juntos fuimos a una consulta con el neurólogo para ver si lo adoptaban. El gordo no cerraba los ojos cuando le aplaudían, ni respondía a varios los estímulos -cuenta Andrea-. El médico aseguró, entre otras cosas, que no iba a oír, ni ver. Entonces los adoptantes no lo quisieron. Dijeron que para ellos era demasiado… Yo lo amaba. Quería su bien. Me gustaba que pudiera encontrar una familia. Pero en ese momento pensé: ‘¿Y si nadie lo quiere?’. Entonces me animé a intentarlo”.

Después de hablarlo con su psicóloga y asesorada por una abogada, en febrero de 2016 Andrea se presentó en el Juzgado a manifestar que quería adoptar a Juanchi y entregó un escrito solicitando la guarda. Se la otorgaron en agosto de ese mismo año, pero sin fines de adopción. Entonces pudo llevárselo a su casa, mientras el Juzgado seguía analizando posibles adoptantes.

 

El proceso de adopción

“Estaba muerta de miedo. Tenía que atravesar muchos procesos y estaba fuera de la Ley de Adopción por haber sido previamente Referente Afectivo. Tenía todas las de perder: alquilaba y era soltera”, revela Andrea.

En marzo de 2017 pidió la guarda con fines de adopción. Era consciente de que podían negársela y sacarle definitivamente a Juanchi. Sin embargo, en octubre, cuando Andrea rezaba para que le otorgaran la guarda preadoptiva, la llamaron del juzgado para decirle que tenía la adopción. “Yo no entendía. ‘Ya está. Vamos a festejar’, me dijo la secretaria del juzgado. Cuando veo el escrito, la tutora legal, que era muy estricta, había puesto que considerando el tiempo que yo había cuidado de Juanchi, no hacía falta la preadoptiva. Pero además -cuenta entre lágrimas- ordenaba que a Juanchi le pusieran inmediatamente mi apellido: Ferrari Zapatero”.

La historia que los unió

Junachi y Andrea tuvieron historias parecidas. Ella nació sietemesina, con un peso menor a dos kilos; al igual que su hijo. También tuvo un paro cardiorespiratorio después del parto. No sólo eso: tenía cinco meses y medio de vida cuando su padre murió. “Si yo no nacía dos meses antes, mi papá no me hubiera conocido. Cuando le descubrieron el cáncer ya tenía metástasis y estaba muy mal”, recordó.

“Mi mamá se hizo cargo de mí y de mis hermanos. La ayudaron los tíos, pero ella nos sacó adelante. Tiene mucho que ver con la mamá que soy. Es mi ejemplo. Me dio los valores. Además, me bancó en esta decisión, al igual que el resto de mi familia y amigos. Tengo una red de contención”, subrayó.

Hoy Juanchi va al jardín jornada completa, sin maestra integradora. Después de años de estimulación temprana y de varios meses con una sonda para alimentarse porque no tenía reflejo de succión, ahora sólo necesita mejorar la deglución y el lenguaje con una fonoaudióloga. Además de ir a clases de circo, va a un taller de música. Duerme en su cama y tiene rutinas, mientras su madre trabaja en el Hospital Vélez Sarsfield.

“Salió adelante porque siempre tuvo muchas ganas de vivir. Además, lo atendieron muy buenos médicos, y en el hogar donde vivió nunca dejaron de estimularlo. Todo a pesar de un diagnóstico neurológico devastador. Cada tanto lo llevo a visitar al neonatólogo que lo vio nacer y no lo puede creer”, dice Andrea.

Sobre la madre biológica de su hijo no tiene datos pero confiesa al respecto: “Le iré contando su historia a medida que vaya preguntando. Es su identidad. Sin miedos. Porque la sangre no te hace familia. Nosotros nos adoptamos. Él me eligió a mí y yo a él. De hecho, siempre la tuvo clarísima: se agarró de mí cuando lo puse en mi pecho”.