A 5 años del gas pimienta en Boca – River

Los Superclásicos entre River y Boca tienen historias apasionantes. Para bien y para mal. Y partidos que serán recordados por siempre, solamente, por una frase.

No hará falta ninguna otra explicación para entender a qué encuentro se hace referencia: el día que Roma le atajó el penal a Delem; el clásico de la pelota naranja; la noche de las “muletas” de Palermo; la tragedia de la puerta 12; la final de Madrid. A esta lista, que podría ser mucho más larga, no puede faltarle un partido que será tristemente recordado como el Superclásico del “gas pimienta”. Así, a secas, esa mención llevará a un recuerdo que tiene poco que ver con el fútbol y mucho con la locura y la violencia.

Tras la eliminación de Boca a manos de River en las semifinales de la Copa Sudamericana de 2014, los dos grandes de la Argentina volvían a verse las caras en una definición internacional. El 14 de mayo de 2015, por la vuelta de los octavos de final de la Copa Libertadores, los Xeneizes recibían al conjunto de Marcelo Gallardo con la obligación de ganar luego de perder en la ida por 1 a 0.

Había un clima de fiesta en La Bombonera. Como suele ocurrir en este tipo de definiciones, con entradas agotadas y cánticos en las tribunas contra el clásico rival. Pero también se palpaba en el estadio una tensión extrema, una sed de revancha que no dejaba espacio para la derrota.

El primer tiempo no dejó mucho para destacar. Un clásico peleado, como todos, con poco fútbol, mucho nervio y casi sin situaciones de gol. Se esperaban los últimos 45 minutos finales para definir al ganador.

Tras el descanso los jugadores volvieron a la cancha. Y a partir de allí nada fue normal. Los futbolistas de River denunciaron que a la salida del vestuario, dentro de la manga que los llevaba al campo de juego, habían sido agredidos con gas pimienta. Algunos tenían los ojos rojos y llorosos. Los más afectados habían sido Leonel Vangioni, Leonardo Ponzio, Ramiro Funes Mori, Gonzalo Martínez y Sebastián Driussi.

Al mismo tiempo, un dron con una bandera mostrando al “Fantasma de la B” sobrevolaba el estadio. La gente celebraba la ocurrencia en las tribunas, pero nadie se imaginaba lo que estaba por venir. No habría nada para celebrar. El daño en los ojos y otras partes del cuerpo sufrido por los jugadores millonarios ponía en duda la continuidad del partido.

Todo era un caos. Rodolfo D’Onofrio, presidente de River, ingresó al campo de juego para pedirle al árbitro Darío Herrera que suspendiera el encuentro. Rodolfo Arruabarrena, el técnico de Boca, se le fue encima al dirigente millonario por entender que estaba presionando al juez para tomar una decisión que perjudicaba a su equipo.

Autoridades de la Conmebol, Alejandro Burzaco, el presidente de Torneos y Competencias, empresa a cargo de la transmisión del encuentro, médicos, personal de seguridad y dirigentes de ambos clubes deliberaban en el medio del campo de juego en una especie de asamblea pública para determinar cómo seguir.

Daba la sensación de que el partido no iba a continuar. Y no continuó. Luego de una larga espera, con los jugadores en el medio del campo de juego y una multitud en las tribunas esperando, el choque se suspendió.

Faltaba todavía la parte más difícil. Que los jugadores de River se fueran al vestuario sin sufrir daños, o más daños, en una Bombonera llena de hinchas de Boca que habían ido a apoyar de forma genuina a su equipo.

Una parte de ellos, ajenos a la locura generada por unos pocos, pedían que las acciones continuaran. Otros, la mayoría, ante semejante escándalo, habían optado por retirarse de manera tranquila. Finalmente, tras minutos de mucha tensión, los futbolistas llegaron al vestuario protegidos por un fuerte escudo policial. La locura llegó a su fin.

A partir de ese momento comenzaron las peleas de escritorio. Los viajes a Paraguay, donde se encuentra la sede de la Conmebol, para los descargos pertinentes de las partes. El deseo de Boca de jugar los 45 minutos restantes; la negativa de River de volver a la cancha, y el pedido de dar por terminada la serie. Ya no se hablaba más de fútbol, la lucha por el pase a los cuartos de final dependía de abogados y dirigentes.

Una regla no escrita en el fútbol sudamericano decía que los partidos, siempre, se terminaban en la cancha. Que había que jugarlos, pasara lo que pasase.

Un ejemplo de esta afirmación es lo que ocurrió en diciembre de 2012, en la final de la Copa Sudamericana entre San Pablo y Tigre. Antes del inicio del segundo tiempo el plantel argentino fue salvajemente golpeado en el vestuario del Morumbí. Tras la agresión que dejó con heridas a varios jugadores, el conjunto argentino decidió no disputar el complemento.

¿Conclusión? Tigre fue sancionado y multado por no seguir el encuentro en esas condiciones. La Copa la ganó San Pablo, que festejó, con los jugadores de Tigre todavía lastimados en el vestuario, como si nada hubiera pasado.

La idea de que “los partidos se ganan y se pierden en la cancha” cambió en este superclásico. La Conmebol tomó una dura sanción contra Boca al decidir no jugar los 45 minutos restantes, eliminarlo de la Copa y suspenderle el estadio. River avanzó así a la siguiente ronda y luego, se consagraría campeón.

El partido del gas pimienta marcó también un quiebre entre la Conmebol y Boca. Tras este hecho y otros posteriores a nivel sudamericano, los Xeneizes entendieron que los dirigentes de la entidad favorecían a River desde le escritorio. Los Millonarios tomaron este encuentro como una señal de justicia, y también como el inicio de una paternidad continental ante Boca ganada en buena ley de la mano de Marcelo Gallardo.

Pasaron cinco años del gas pimienta. Parece que fue ayer: nada cambió en el fútbol argentino y sudamericano.