Opinión: “Mucho protocolo en las escuelas, pero nada en la celebración del UPD”

Por Carina Bolatti

Hace unos años se puso de moda la celebración del ingreso a quinto año en las escuelas secundarias o el sexto año en las escuelas técnicas. Los jóvenes rápidamente comenzaron a llamarlo UPD.

Lo que poco a poco se transformó en una joven tradición, en este comienzo de ciclo lectivo tan especial, también se vio atravesado por la pandemia.

En redes sociales el fin de semana circuló la convocatoria que alumnos de escuelas privadas, donde hoy comienzan las clases semi –presenciales, hacían a sus pares, para celebrar el último primer día en algún lugar alejado, para no ser detectados.

A pesar de tratarse de publicaciones cifradas, y fundamentalmente diálogos a través de los grupos de chat, trascendió que incluso algunos grupos organizaron “la clandestina” en localidades vecinas, fuera del radio de la ciudad de Santa Fe.

Desde que se gestó y fue creciendo esta “tradición”, el UPD consistió en pasar toda la noche entre bailes y bebidas, para llegar juntos a la hora de ingreso a clases, en el último primer día de la secundaria.

Esto le ha valido a más de un grupo sanciones colectivas e incluso el impedimento de permanecer en el establecimiento a aquellos que por su estado poco decoroso, no fueran dignos de estar sentados en su banco dentro del aula.

Este año no es igual a todos los anteriores, tras casi un año de pandemia y distintas modalidades de aislamiento, las clases comienzan bajo la condición de la semi-presencialidad, para garantizar el distanciamiento de los alumnos y docentes y la aplicación de estrictos protocolos.

Por eso los festejos del UPD, que siempre fueron muy cuestionados, toman mayor relevancia hoy con esta realidad, que muchos siguen desconociendo.

En las primeras horas de la mañana de este lunes, quienes viven en los alrededores de escuelas secundarias privadas, despertaron con el bullicio propio de los jóvenes que en caravana llegaban a clases.

Sobre las responsabilidades es necesario reflexionar, son actos privados, que requieren de la responsabilidad individual, no sólo de los alumnos, que son adolescentes de 17 o 18 años, sino también de los padres, recordando que las familias son los primeros educadores.

¿Pueden acaso los padres de estos adolescentes desconocer que sus hijos no durmieron en casa, para pasar la noche en una fiesta que desemboca en su primer día de clases? Seguramente no. Entonces, no pueden o no quieren impedirlo, aún en las circunstancias que atravesamos y donde sabemos que este tipo de fiestas puede disparar los contagios, que no afectarán sólo el dictado de clases, sino que pueden afectar también a los más vulnerables en cada familia.

Es relativamente comprensible que los jóvenes, que por características propias de su edad, no logren tomar la real dimensión de los riesgos a los que se exponen y nos exponen a todos con el supuestamente inocente reencuentro después de un año para celebrar el comienzo del final de un ciclo, pero los adultos, todos, padres, educadores, autoridades no podemos desconocer nuestra responsabilidad familiar y social frente a esos jóvenes. Poner límites se impone, porque las consecuencias podrían medirse en términos de contagios y uno espera que no en términos de vidas.

Ahora la escuela será la próxima prueba, con clases semi-presenciales, para ver cómo el incremento de actividades hasta ahora vedadas afecta al nivel de contagios. El deseo es que las decisiones personales, escasas de responsabilidad, no opaquen el regreso a la presencialidad, algo para celebrar e intentar sostener.