Un despiadado exjefe de espías, el enviado de Kim para sellar la cumbre

El general Kim Yong-chol planeó asesinatos y ataques militares contra Seúl; EE.UU. lo tiene en su lista negra.

Son días de frenesí diplomático para un país felizmente instalado en el aislacionismo durante años. Sus funcionarios, que solo habían lidiado con el vecino del sur en los raros períodos de distensión, vuelan ahora a China, Singapur y Estados Unidos.

Ninguna expedición revela mejor el interés norcoreano por salvar la cumbre de Singapur que la encabezada por Kim Yong-chol.

El general Kim llegó a Nueva York para reunirse por tercera vez con el secretario de Estado, Mike Pompeo. El viaje sugiere que, sea la misión que sea, es crucial y debe ser completada antes de la foto de Kim Jong-un y Donald Trump en la ciudad-Estado asiática el 12 del mes próximo.

El negociador no es un cualquiera. Antes había liderado el aparato del espionaje y hoy ejerce la vicepresidencia del Partido de los Trabajadores con la carpeta de Corea del Sur, es miembro de la Comisión de Asuntos Estatales (la más poderosa organización gubernamental) y de la Comisión Militar Central.

Seúl y Washington lo acusan de dirigir las acciones más hostiles de las últimas décadas, como el hundimiento en 2010 de la corbeta Cheonan, que dejó 46 marineros surcoreanos muertos. Pyongyang siempre negó la autoría y varios expertos independientes expresaron sus dudas sobre la versión oficial.

Otros sucesos suscitan menos dudas. El bombardeo sobre la isla Yeonpyeong, el ciberataque a Sony tras el estreno de la satírica película The Interview sobre su jefe o el asesinato fallido de desertores en Seúl integran la lista. Estados Unidos firmó una dispensa para que pudiera desembarcar ayer, porque hace años lo había incluido en la lista negra.

Sólo la hermanísima del líder, Kim Yo-jong, lo supera en jerarquía.

El general Kim es un caso infrecuente de longevidad en un régimen de cíclicas purgas. Aún conserva su protagonismo a los 72 años: lo sentaron junto a Ivanka Trump en la clausura de los recientes Juegos Olímpicos de Pyeongchang, acompañó a su presidente en sus dos viajes a Pekín del mes pasado y negoció con Pompeo en sus dos visitas a Pyongyang.

Compartir mesa con este jefe militar es uno de los sapos que Seúl y Washington tragan para salvar el proceso de desnuclearización. Centenares de surcoreanos se manifestaron en las puertas del estadio olímpico de Seúl meses atrás para protestar por la cortesía de su gobierno con el tipo al que juzgan responsable de decenas de muertes.

Se trata de un self-made man que trepó en el escalafón sin pertenecer a la aristocracia roja. Estudió en la Universidad Militar de Kim Il-sung, fue guarda fronterizo, siguió como guardaespaldas de la dinastía Kim y entró en la carrera diplomática, primero en la ONU y después negociando con Corea del Sur en la década de los 90.

El general acumula cuatro estrellas en la pechera y desde 2009 hasta 2016 lideró la Oficina General de Reconocimiento, principal órgano de inteligencia de la dictadura.

La bestia negra de Seúl es un militar políglota, no se le conocen corruptelas en un régimen que las colecciona y sus interlocutores subrayan su acentuada inteligencia.

También tiene un ácido sarcasmo y una arrogancia sin freno. Se presentó a la comitiva surcoreana con un “hola, soy el hombre al que culpan del hundimiento del Cheonan” y en una negociación previa les espetó: “¿No trajeron otra valija con más propuestas?”.

La soberbia también le provocó problemas en su país. Su superior, el general O Kuk-ryol, dijo en 2016 que debería haberle puesto “la mano encima” tras varios desplantes. Kim fue castigado con “reeducación ideológica” para enderezar su “actitud autoritaria”, un sarcasmo en un país como Corea del Norte . Es la única mancha conocida en el historial del general en medio siglo de fiel servicio a los tres Kim.